martes, 17 de marzo de 2009

Mi leal saber y entender

Recuerdo haber invertido muchas horas de mi niñez (y mi larga adolescencia) en escribir ficción, tratando de convertirme en buen narrador. A los nueve años escribí mi primera "novela", y con un tesón digno de mejor causa cometí otras cinco antes de los dieciséis. La última de ellas fue un verdadero éxito escolar y familiar: todo el mundo me la ponderaba, y ya se me ponía en las nubes como escritor, de modo que mi padre se mostró interesado y decidió leerla. Ese domingo, mientras lo ayudaba con el asado, me dijo, para mi completo asombro: "Leí tu novela. Es espantosa. Es la cosa peor escrita que vi en mi vida".
Y tenía razón.
Entre los muchos errores que me ha costado eliminar desde aquella época hay uno que está siempre al acecho y levanta su horrible cabeza cada vez que me distraigo: la tendencia a acumular innecesariamente cuasi-sinónimos. Por ejemplo, de haber llevado un diario, seguramente aquel domingo habría escrito: "Quedé triste y apesadumbrado".

Este verano disfruté como un niño de la lectura del David Copperfield de Dickens, novela extraordinaria y un poco amorfa como suelen ser las de Dickens, con peripecias que son excusas para conocer nuevos y memorables personajes. Y en el capítulo 52 tuve ocasión de recordar mi tendencia a la repetición de conceptos. El inefable señor Micawber lee en voz alta esta acusación pública contra Uriah Heep:

-[...]En varias ocasiones, y según mi leal saber, entender, y creer... Heep ha falsificado sistemáticamente en varios asientos, libros y documentos la firma del señor W.; concretamente, en un caso que yo puedo probar. Es decir, de la siguiente manera...
También ahora el señor Micawber saboreaba aquel amontonamiento de frases que, por muy cómico que resultase en esta ocasión, debo hacer constar que no se trataba de una característica exclusiva suya. En el transcurso de mi vida he tenido ocasión de observar lo mismo en muchos hombres. Más aún, creo que se trata de una costumbre general. Por ejemplo, en el acto de prestar juramentos legales, los declarantes disfrutan con verdadero deleite de acumular muchas palabras sucesivas que expresan una misma idea; como cuando dicen que detestan, abominan y abjuran, etcétera; y los antiguos anatemas se redactaban en base a ese mismo principio. Hablamos de la tiranía de las palabras, pero también gustamos nosotros de tiranizarlas a ellas; nos encanta disponer de un enorme repertorio de palabras superfluas listas para ser usadas en las grandes ocasiones. Pensamos que lucen importantes y suenan bien. De igual manera que nos tiene sin cuidado el significado de nuestras insignias en las ceremonias de gala, con tal que sean muchas y lujosas, consideramos secundario el significado y la necesidad de las palabras, con tal que podamos exhibirlas en un gran desfile. Y de la misma manera que ciertos particulares se meten en dificultades por exhibir insignias demasiado ostentosas, y que cuando los esclavos son demasiado numerosos se insurreccionan contra sus amos, yo creo que podría citar a una nación que más de una vez se ha visto en dificultades grandísimas, y se meterá en otras todavía mayores, por empeñarse en sostener un séquito demasiado grande de vocablos.
Ahora que lo pienso, podemos considerar a este recurso de la repetición de conceptos como el tercer capítulo de nuestro curso hurgapalabrístico Cómo darnos importancia con el lenguaje y simular inteligencia, curso que inauguramos con la lección uno: Concientización, y continuamos con la lección dos: Petulant Expostulations. El curso enfatiza, pone de relieve y remarca la importancia, trascendencia y valor de los vocablos, palabras y términos que usamos, empleamos y manejamos. A los asistentes se les dará un certificado, un título, y un diploma. Uno.
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Actualización (18/3/2009): el lector Anónimo nos hace llegar este mensaje de audio:

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