martes, 11 de noviembre de 2008

Petulant expostulations

En el artículo anterior, Hláford ha comparado cantidad de palabras y caracteres de textos originales y sus traducciones.

Un cotejo igualmente revelador es el que puede hacerse obteniendo el tamaño promedio de las palabras en la obra de un autor, y comparándolo con el que se desprende de la obra de otro autor que escribe en el mismo idioma. Por ejemplo, a partir de los datos que nos proporcionó Hláford, podemos constatar que la longitud promedio de las palabras de El Hobbit y el Señor de los Anillos es prácticamente la misma, y un poco menor (aproximadamente un 6%) que la palabra promedio de las obras de Terry Pratchett.

Es muy probable que la diferencia se deba a que Pratchett es un humorista, y los humoristas ingleses explotan por lo general la cómica solemnidad que tienen las palabras largas en ese idioma, mientras que Tolkien restringe fuertemente su léxico a los términos sajones, es decir, los términos cortos, como parte del efecto de autenticidad patrimonial que busca transmitir. Es como si hubiese dos vocabularios ingleses para todo: el sajón, de palabras con una o dos sílabas, y el de herencia latina, la de los sonoros polisílabos. Uno se las puede ingeniar para decir lo mismo con cualquiera de ellos. Al menos, eso sostiene el humorista Georges Mikes, a quien le cedo gustoso la palabra:

 […] los intentos más exitosos de revestirse de un aire de alta cultura se han realizado en el campo de los polisílabos. Muchos extranjeros que han aprendido latín y griego en la escuela descubren con sorpresa y satisfacción que el lenguaje inglés ha absorbido una enorme cantidad de expresiones latinas y griegas, y se percatan de que (a) es mucho más fácil aprender esas expresiones que las harto más sencillas palabras inglesas; (b) estas palabras por regla general son interminablemente largas y producen una impresión extraordinaria cuando le toca a uno hablar con el verdulero, el portero, o el agente de seguros.

Imagine, por ejemplo, que el portero de su edificio le advierte a usted bruscamente que no debe sacar la basura antes de las 7,30 AM. Si acaso le respondiera Please don’t bully me, puede seguir una discusión exaltada y cansadora, y sin duda la razón estará del lado del portero, porque terminarán encontrando una cláusula en su contrato (la letra pequeña, al fondo de la última hoja) donde se explica que el portero siempre tiene razón y que usted le debe sumisión absoluta y obediencia incondicional. En cambio, si le responde con estas palabras: I repudiate your petulant expostulations, la discusión quedará zanjada de inmediato, el portero estará orgulloso de tener un hombre tan cultivado en el edificio, y a partir de ese día usted puede, si se le ocurre, levantarse a las cuatro de la mañana y vaciar el cubo de basura por la ventana.

Pero incluso en la sociedad de Curzon Street, si usted se proclama, por ejemplo, un tough guy, lo van a considerar una persona vulgar, irritante y digna de censura. En cambio, si usted se define como an inquisitorial and peremptory homo sapiens, nadie va a tener idea de lo que intenta decir, pero sentirán en sus huesos que usted ha de ser algo maravilloso.

Mikes, George, How to Be an Alien: A Handbook for Beginners and More Advanced Pupils (1946)

El lector hará bien en recordar estos consejos, sin olvidar los que nos dio Sofocleto en un artículo anterior, para perfeccionar el arte de simular cultura e inteligencia.

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