jueves, 29 de noviembre de 2007

Estériles victorias y derrotas fecundas

El Rev. Joseph Bosworth (1789-1876) es el autor del gran Anglo-Saxon Dictionary, aparecido en 1898 con 1200 páginas grandes de letra chica, y suplementado por T. Northcote Toller (700 páginas más) en 1921. Desde entonces, y pese a las fallas que una y otra vez se le han hecho notar con más o menos caridad, ha sido la herramienta indispensable para quienes se adentran en el inglés antiguo. Sólo ahora el ingente proyecto de la Universidad de Toronto, el Dictionary of Old English, piensa suceder en unos años al anciano y concederle su merecido descanso.

Originalmente, Bosworth pensaba dar a su diccionario un prólogo que explicase el origen de las lenguas y naciones inglesa, alemana y escandinavas, con un esbozo de su literatura temprana y otros temas afines. Cuando el prólogo comenzó a crecer y el autor notó que robaría demasiado espacio en el diccionario, le dio forma independiente, añadió secciones y lo publicó como libro por derecho propio, unas 220 páginas.

El volumen se llamó, como no podía ser de otro modo, The Origin of the English, Germanic and Scandinavian Languages, and Nations; with a Sketch of their Early Literature and Short Chronological Specimens of Anglo-Saxon, Friesic, Flemish, Dutch, German from the Moeso-Goths to the Present Time, Icelandic, Norwegian, and Swedish; tracing the Progress of these Languages, and their Connexion with Modern English: together with the Oriental Origin of Alphabetic Writing, and it's Extension to the West (Londres, 1848).

Entre muchas cosas interesantísimas y que hoy sería de mal gusto decir en el prólogo de un diccionario o en cualquier libro académico, en la pág. 164 leemos:

Las palabras son la creación de la mente. Así como la mirada del verdadero filósofo pasa desde la variedad y la perfección de la creación visible de Dios hacia el poder y la bondad del Creador, así también el etimólogo filósofo se ve constantemente llevado desde las varias formas y aplicaciones de las palabras a contemplar aquellos poderes intelectuales por los que más se asemeja el hombre a su Creador. El verdadero etimólogo, el de mejor tino, ansía llegar al significado y aplicación correctos de las palabras, y así es como el buen etimólogo tiene más probabilidades de llegar a ser el mejor metafísico. No lo satisface la significación común, externa, de las palabras que ha recibido del uso popular, sino que examina su estructura, su raíz, es decir, su significado real e intrínseco, y se empeña en descubrir la razón de la aplicación del término.

Bosworth cita al pie la definición del Wachter's Glos. Germ. Prolegom, VII, que no tiene desperdicio: "Optime Cicero etumologian, Latine vertit veriloquium; eumque merito defendit Martinius: certe verbotim non potuit melius Cicero. Nam certum est, quod etumon sit verum; et etumologos, qui to etumon legei. Scaliger tamen Etymologiam sic definit, tanquam esset a logos ratio. Etymologia, inquit, est vocis ratio, id est vis, qua vox a voce generatur". Se puede hacer un chiste fácil y viejo (es decir, un excelente chiste): "El verdadero significado de las palabras está en su etimología. ¿Por qué? Porque etimológicamente 'etimología' significa 'verdadero significado'".

Más de un siglo después, más precisamente en 1958, el P. Robert Murray, S.J., había escrito a Tolkien consultándolo sobre la significación original de las varias palabras con que se designa lo "sagrado" en las lenguas indoeuropeas y las relaciones que hay entre ellas. Tolkien contestaba (Cartas #209):

Estos problemas sobre las significaciones "originales" de las palabras (o las familias de palabras formalmente relacionadas) son fascinantes, estrictamente hablando; es decir, seductores, aunque no necesariamente se trata de un atractivo saludable. A menudo me pregunto qué ganamos (salvo históricamente: el conocimiento o atisbos de lo que las palabras han significado y cómo han cambiado de hecho, en la medida en que ello es averiguable) con semejantes investigaciones. Es prácticamente imposible evitar el círculo vicioso de descubrir, a partir de la historia de la palabra o su supuesta historia, la significación "primitiva" y sus asociaciones, y luego rastrear la historia del significado. ¿No es posible discutir ahora la "significación" de la "santidad" (por ejemplo) sin referencia a la historia de la significación? El camino inverso es más bien como describir un lugar (o una etapa de un viaje) en términos de las diferentes rutas por las que la gente ha llegado allí, aunque el lugar tiene una situación y una existencia independientes de esas rutas, sean directas o sinuosas.

Sobre esta idea, da inmediatamente un jugoso paseo por theos, deus, god y holy, que (exagerando) podría resumirse así: "Todo esto es muy interesante. Te digo más, yo me paso la vida haciendo precisamente esto. Pero si buscas allí alguna respuesta definitiva y que verdaderamente te sirva en la teología de hoy, pierdes el tiempo". O, dicho en sus términos y de manera más sugerente, "hay siempre un pasado perdido".

Bosworth y Tolkien no están citados aquí porque sean fundadores, señeros o lo que se quiera de estos dos puntos de vista opuestos. Tolkien está citado porque, al fin y al cabo, es el autor de referencia de Hurgapalabras; y Bosworth tal vez porque su nombre es un eje de los estudios anglosajones a que dedicó su vida Tolkien. O quizás porque es (obviamente) el Bosworth de la cátedra "Rawlinson & Bosworth" en Oxford, que antes de ocuparla él mismo se llamó "Rawlinson" a secas, y que Tolkien a su vez ocupó entre 1925 y 1945 (declarándose "indigno sucesor" de Bosworth, MC:13). Pero en realidad están citados porque dio la casualidad de me crucé con los dos pasajes casi simultáneamente.

¿Quién tiene razón? Hay que recordar que, al emitir sus veredictos, ninguno de los dos habla como lo haría uno, elaborando teoría sin haber hecho más que mirar por la ventana de la mansión donde tiene lugar la fiesta filológica. Los dos ingleses hablan luego de decenios de dedicación al origen de la lengua que hablaban. Lo que vemos en sus convicciones es el destilado de esa experiencia: ambos ya han estado "dentro del lenguaje", podría decir C.S. Lewis.

Pero entre 1848 y 1958 la lingüística comparada vivió más de una revolución. Tolkien nació en época de plena ebullición y se educó mientras se daban sus frutos. Incluso sin introducir el complejo cambio de esquemas acarreado por el ingreso del estructuralismo, y usando el método comparativo decimonónico, uno hoy todavía puede iniciarse, aunque sea imperfectamente, en la historia de las lenguas indoeuropeas con la literatura de principios del siglo XX; pero en tiempo de Tolkien ya hubiese sido anacrónico tomar como referencia a los grandes estudiosos que pudo conocer Bosworth, como los Grimm, Bopp, Rask, Schleicher, etc. etc.

El juicio de Bosworth conjuga una profunda convicción filosófica y teológica ("El lenguaje, filosóficamente considerado, no es sólo una guía segura para trazar el origen y la afinidad de las naciones, sino también un importante auxiliar que da testimonio de la verdad de la revelación", pág. vii, por poner sólo un ejemplo) con el optimismo que dominó la filología del siglo XIX, cuando se presumió que era factible llegar a la reconstrucción completa de la lengua originaria. Tom Shippey, en El Camino a la Tierra Media, menciona un chiste verdaderamente cruel, porque toca la llaga de la frustración por no poder lograr aquella reconstrucción: "ningún idioma cambió tan deprisa en esa década [de 1870] como el primitivo indoeuropeo" (pág. 38).

Tolkien es heredero de ese desengaño. Si alguna vez abrigó la esperanza anticuada de reconstruir la lengua originaria, podría haber dicho con Elrond: "He asistido a muchas derrotas y a muchas estériles victorias", porque los avances innegables (Bosworth se hubiese maravillado ante lo que se decía en 1940 sobre el protogermánico) no hicieron más que confirmar que la recuperación precisa era una utopía.

¡Gracias a Eru! Porque el vacío lingüístico y filológico es una especie de desafío para un espíritu perceptivo, instruido e imaginativo, "deseoso de dragones". ¿Que se ha perdido el pasado lingüístico y mitológico? Tanto mejor, porque así tengo espacio libre para ejercitar la subcreatividad. ¿Qué habría sido de la Tierra Media si Schleicher hubiese triunfado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario