jueves, 5 de septiembre de 2019

Santa Bertilia y "P."

Los lectores habituales de este blog saben que nos gusta encontrar detalles curiosos pero menores, llamativos pero irrelevantes, en campos mucho más serios como pueden ser la lingüística o la filología; que no deben esperar hallar aquí avances reales en el conocimiento, sino meros divertimentos o divagues para pasar un momento de ocio. Cuesta imaginarse por qué siguen siendo lectores habituales.

Sea como fuere, en el primer tomo de los Acta Sanctorum editados por los Bollandistas (Amberes 1643), en el Apéndice al día 3 de enero, se encuentran entre otros estos versos referidos a la traslación de las reliquias de Santa Bertilia (p. 1119):

Anno milleno, bis quarto, bis quoque deno
Atque ducenteno, sub P. Pastore sereno,
Idibus octauis Octobris, odore suauis,
In vas a vase fecit Bertilia Phase.*

Traducido: “En el año de 1228 [= 1000 + 2 * 4 + 2 * 10 + 2 * 100], bajo el sereno Pastor P., el día 8 de octubre [sc. faltando 8 días para los Idus de octubre] Bertilia hizo el tránsito** de una vasija a otra, agradable de olor.”

El contexto: Santa Bertilia († c. 687) fundó una iglesia dedicada a San Amando (Maroeuil, Pas-de-Calais, Francia), donde luego fue enterrada. Fue canonizada en 1081, y sus restos fueron trasladados en 1228; en ese momento se pasaron a un nuevo relicario, porque el anterior había sido saqueado por ladrones. Esta es la ocasión a que se refieren los versos, que se guardaron junto con las reliquias. En el segundo, los editores anotan que “P.” puede ser tanto Pontius, el obispo de Arras, como Petrus, el abad de Maroeuil.***


Relicario nuevo de Sta. Bertilia, en la capilla de su nombre.

Aquí está el detalle curioso, referido a la métrica. Los versos son hexámetros leoninos, muy populares durante la Edad Media, en los que hay rima interna entre el final de verso y las sílabas que preceden a la cesura (milleno-deno, ducenteno-sereno, octauis-suauis, vase-Phase). Salvando algunos “errores” medievales en la cantidad de las sílabas, para escandir el segundo verso debe leerse literalmente pē pastōre, es decir, sin resolver la abreviatura Pontio (o Petro) Pastore. era el nombre de la letra ya en época clásica, como muestran estos versos priapeos:

Cum loquor, una mihi peccatur littera; nam te
pe dico semper, blaesaque lingua mea’st;

Al hablar me confundo en una letra, pues en «T(e)
P(e) dico» mi lengua siempre tartajea.

(trad. E. Montero Cartelle, Gredos 1981, p. 44)

Ahora bien, este uso de nombres abreviados en la lengua hablada o en poesía es hoy por lo común humorístico (o señal de que se ignora a qué se refiere la inicial, o de que el nombre se ha establecido ya así, como en “Arturo M. Bas”):

When Emerson K. Washington met Sadie Q. Van Pott,
Her numerous attractions bowled him over on the spot:

(P. G. Wodehouse, The Happy Marriage)

Pero el contexto parece poco favorable para hacer humor de cualquier clase. Estamos hablando de una ocasión solemne, donde se concedió indulgencia espiritual a los participantes; incluso se refieren varios milagros que ocurrieron durante el traslado. Mal momento para hacerse el gracioso.****

Me pregunto si hay otros casos en poesía latina, antigua o medieval. Quizás alguien ya los haya recogido sin avisarme. Se me ocurre que en época romana el uso generalizado de abreviaturas para escribir los praenomina (C. = Gaius, P. = Publius, T. = Titus etc.) se prestaba especialmente para hacer chistes. La página de Wikipedia dice que “in speech the full name would always be used” pero eso no es más que una suposición, porque si hubo un uso oral de las abreviaturas tiene que haber sido extremadamente periférico; y cuesta creer que gente con el sentido del humor de los antiguos romanos dejara pasar la oportunidad de decir Em Tullius o Ce Iulius.

Una conjetura caprichosa: ¿es posible que el poeta haya aprovechado la coincidencia de las iniciales para quedar bien con los dos dignatarios? Al obispo le diría que "P." significa Pontio, y al abad le porfiaría que es Petro, y a Sta. Bertilia le pediría perdón por esta astucia inocente.

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* Impreso anteriormente por Ferry de Locre (Ferreolus Locrius), Chronicon Belgicum (1616), vol. III p. 390 (lee vas e vase).

** Anotemos otra peculiaridad, en el uso de Phase con el sentido de “tránsito”. Es la adaptación latina del gr. Φασέκ, φασέχ o φασέ, el Pésach hebreo; menos común que Pascha, del gr. Πάσχα. Pero aquí se refiere al traspaso físico de los restos de Bertilia de un receptáculo a otro, sin referencia a la Pascua; no sé de otro caso de uso similar (el TLL s.v. no menciona ninguno). La cantidad larga de la primera sílaba, de paso, no concuerda con Ps.-Tertul. Carmen Adversus Marcionitas, II.65 (hexámetro): hunc Paulus phase conscribens decreta Corintho (ed. K. Pollman, 1991, p. 72; Migne PL II.1064B).

*** La bibliografía de referencia para Santa Bertilia es P. Bertin, Sainte Bertille de Maroeuil-en-Artois. Sa vie. Son abbaye. Son pèlerinage, Arras 1943; y del mismo, La chronique et les chartes de l’abbaye de Maroeuil, Lille 1959.

**** Los dos enrevesados versos que indican el año parecen humorísticos, pero son solo formulaicos. Otros ejemplos paralelos tomados al azar:

Anno milleno Domini cum septuageno
Atque ducenteno, Carolo sub rege sereno (1270)
Anno milleno simul [uno] cum octuageno
Atque ducenteno domus haec in robore pleno (1280 > 1281)

etc.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Ramón Joaquín Domínguez contra academicos

En 1846 y 1847 se publicaron en Madrid los dos volúmenes del Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española, de Ramón Joaquín Domínguez. Fue la obra precursora de los diccionarios enciclopédicos españoles, y gozó de extremada popularidad en el siglo XIX con 17 ediciones hasta 1889. En el XX estuvo prácticamente olvidado, superado por gigantes como el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Montaner y Simón y más tarde la Enciclopedia Espasa.

¿Por qué vale la pena recordarlo? A fines del XX se lo rescató del olvido, empezando por dos artículos de Manuel Seco (los que me llevaron a Domínguez, recogidos en Estudios de lexicografía española, 2ª ed., Gredos 2003). Lo que llama la atención de él no es tanto su contribución a la lexicografía como el modo en que sus definiciones reflejan ciertos movimientos ideológicos de la época, y ante todo por la curiosidad de su estilo y enfoque. En efecto, Domínguez (sobre el que no hay todavía artículo en Wikipedia) fue un revolucionario malogrado, muerto a los 37 años en el intento de alzamiento de mayo de 1848 en Madrid. Además del Diccionario nacional publicó una Nueva gramática francesa (1844), unas Reglas de ortografía francesa (1844) y un Diccionario universal francés-español y español-francés (6 vols. 1845-1846). Ignoramos si tuvo una hija llamada Libertad.

Lo particular de las definiciones de Domínguez está en su subjetividad. Al consultar un diccionario moderno esperamos un contenido lo más despersonalizado y objetivo posible. Seguramente se regirá por principios lexicológicos más o menos explícitos y sujetos a crítica, porque la lexicografía es un terreno mucho más inestable de lo que advierte normalmente el usuario final del diccionario; pero al menos no esperamos que el autor exponga abiertamente sus opiniones morales, políticas y filosóficas, entre en discusiones encendidas con otros autores, o dé rienda suelta a su creatividad y humor. Todo esto pasa en el Diccionario de Domínguez. Seco agrupa las intervenciones del autor en tres clases, las humorísticas, las ideológicas y las filológicas. Un ejemplo de las primeras es:

Badajo, s. m. La lengua de las campanas, porque sin él fueran mudas; es un pedazo macizamente férreo ó metálico, mas ó menos largo, bastante grueso por el estremo que cuelga, y no así por el adherido á la campana, en cuyo interior pende manejable del alto punto céntrico, y sirve para producir los vibratorios sones que tal vez nos aturden la cabeza.

Se pueden rastrear con facilidad ejemplos de las segundas yendo a las voces de contenido más sensible, como libertad, democracia, revolución etc.:

Despotismo, s. m. Sistema y poderio tiránico, ilegal, representado por un déspota: autoridad absoluta é independiente, no limitada por las leyes y reconcentradora, absorbedora ó usurpadora de todos los poderes públicos, rasumiendo en una sola mano todas las atribuciones legislativas, administrativas, gubernativas, políticas, civiles militares etc. unidas al supremo poder ejecutivo simbolizado en un cetro de hierro. || V. TIRANÍA. || V. AUTOCRACIA. || Modo de obrar ó conducirse cualquier déspota. || Anómalo é injusto sistema de gobierno, en que los gobernantes ejércen el poder sin sujecion á las leyes, ó segun les dicta su capricho, desentendiéndose de la razon, de los principios de equidad y justicia y de los sagrados derechos del hombre.

(Es irónico que casi inmediatamente después se lea la definición de despotricar: "Desembuchar indiscretamente las especies aprendidas, hablar sin consideracion ni reparo cuantas cosas le ocúrren a uno etc.")

"¿No podríamos decir con toda verdad que Domínguez fue el lexicógrafo que murió luchando por sus propias definiciones?" (Seco)

Este segundo aspecto ha merecido algunos estudios serios (más recientemente M. Quilis Merín, "Ideología en el Diccionario Nacional de Ramón Joaquín Domínguez: La nomenclatura vergonzante" BHH 23 (2014)). Nosotros no somos serios, así que vamos a referirnos solamente al tercer grupo, el de las intervenciones 'filológicas', y más específicamente a aquellas donde Domínguez (cómo no) despotrica contra la Real Academia, que "es, para él, una institución alejada de la realidad, un «venerable cuerpo» lleno de «decrepitudes filológicas», una «caduca matrona [...] con ínfulas de esclusiva maestra»; simplemente, «la corporación de los hablistas de oficio» (artículos asombrar, alegrante, ¡ah!, comunero). La rebeldía de este hombre frente a la institución y la obra que sirven de guía a todos los lexicógrafos –incluido él mismo– es, desde luego, coherente con su posición avanzada en lo ideológico y en lo político" (Seco). Así que en lo que queda del artículo vamos a recopilar (de entre las primeras letras) algunas de las definiciones más llamativas donde arremete contra la Academia, aunque más no sea para mostrar que nada se inventó hoy ni ayer. Es divertido; si el tiempo y las ganas dan, otro día agregaremos más ejemplos.

Cerrando el círculo, notemos que la RAE incluye el Diccionario Nacional en su Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE). Y es que, como señala Seco, aunque Domínguez haya realizado un diccionario romántico, "esta calificación, que no puede por menos de tener un signo negativo al referirse a un género como el lexicográfico, no carece, sin embargo, de aspectos positivos: la ambición renovadora frente a los diccionarios al uso, el deseo de superar lo caduco e imperfecto de la obra de la Academia, el afán de incorporar a su colección las palabras del «progreso» y de los nuevos tiempos, dan como resultado una aportación de valor muy alto para la historia de nuestro léxico."

Afinidad, s. f. Parentesco que se contrae con el matrimonio consumado ó por cópula ilícita entre el varon y los parientes de la mujer, y entre la mujer y los parientes del marido (Acad). ¿Puede darse una definicion mas absurda y obscenamente grosera? Qué significa la escandalosa frase de cópula ilícita entre el varon y los parientes de la mujer? La de la mujer con los parientes del marido ya se comprende en cualquier sociedad algun tanto desmoralizada como la nuestra; mas lo que no se comprende es que existan académicos capaces de autorizar tan repugnantes é impúdicas definiciones, con mengua de la moral pública y del sentido comun. Pero aun prescindiendo de la parte indigna y de toda interpretacion liviana, tendremos siempre una definicion confusa y torpe, sin trabazon ni reglas gramaticales. Qué quiere decir sinó: matrimonio consumado entre el varon y los parientes de la mujer y entre esta y los del marido? Risum teneatis amici. || Parentesco, especie de relacion consanguínea en cierto modo, vínculo moralmente natural ó conexion que media entre el varon y los parientes de la mujer, entre esta y los del varon, exista ó no matrimonio entre los dos que contraen íntimo lazo de union.

Amor, s. m. [...] Amor propio: el amor desordenado con que uno se ama á sí mismo y á sus cosas. (Acad.) Lo que hay aquí de desordenado es la definicion académica; porque no puede ser desordenado ese amor que es al mismo tiempo un precepto de la naturaleza y de la ley de gracia; amarás al prójimo como á tí mismo. El amor natural de nosotros mismos es indispensable hasta para la conservacion de la vida que sin él nos sería indiferente. Así, pues, nos tomamos la libertad de sustituir el epíteto de natural al de desordenado en la censurada definicion, si bien le aceptamos como sinónimo de egoísmo, cuando el amor propio degenera en ese ruin y bajo sentimiento. [...] pl. Amores: comunmente se entienden los sensuales (Acad). ¡Qué prosáico será el venerable cuerpo de filólogos, para desconocer que la palabra amores nada tiene en sí misma de sensual, platonizándola generalmente los mas cultos poetas en sus divinas y seductoras imágenes.

Averiguar, v. a. [...] Fras. fam. Averiguarse con alguno; avenírsele con alguno, sujetarle ó reducirle á la razon; y así se dice: no hay quien se averigüe con él etc. (Acad.) En lugar de «así se dice» debería poner «así decimos»; porque no creemos que haya hoy dia semejante locucion en la lengua española.

Balancé, s. m. Dan. Cierto paso de baile, usado especialmente al final de la mayor parte d elas figuras del rigodon. La Acad. esplica muy bien esta voz. Nada dice de ella.

Blanco, ca. adj. Calificacion aplicada al mas claro de todos los colores, como el de la nieve, cuya estremada blancura no impidió que el filósofo Anaxágoras la tuviese por negra. || Hablando de las personas, el que es honrado, y de estimacion en el pueblo. (Acad.) Como no fuera en tiempo de los realistas, cuando se inventaron las denominaciones políticas de blancos y negros, confesamos nuestra ignorancia de tan luminosa acepcion, y aun para que no quedase a oscuras, hemos añadido una coma en personas sin lo cual resultaba oracion imperfecta ó por concluir.

Brindis, s. m. Accion y efecto de brindar en su primera acepcion. || El dicho en prosa ó verso que precede al acto de beber. Tanto al verbo brindar como al sust. brindis, no les da la Acad. en primer término mas significacion que la de beber á la salud de otro, olvidando ó desconociendo que se brinda por muchísimas cosas; v. g. por la libertad, por la patria, por esta ó la otra forma de gobierno, por tal ó cual institucion etc. á no ser que semejantes entidades morales figuren como personas en la florida imaginacion de los académicos.

Codillo, s.m. [...] En el juego del hombre y otros, el lance de perder la polla el que ha entrado por haber hecho mas bazas que él los otros jugadores. (Acad.) No vaya á tomar algun descomedido intérprete esta acepcion en un sentido chocarreramente vulgar, por aquello de perder la polla el que ha entrado; fras. técnica de algunos juegos, que nada tiene de grosera ni sospechosa. || En las sillas de montar el estribo. (Acad.) El estribo es el que monta, ó queda pendiente el sentido, en este género chusco de ortografía académica. = El estribo, en las sillas de montar.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Una tragedia de dos peniques (Chesterton)

Ensayo de G.K. Chesterton, publicado en Enormes minucias (Austral 1946) en traducción de Rafael Calleja:

Mi relación con los lectores de esta página ha sido larga y agradable, pero quizá por eso mismo pienso que ha llegado el momento de confesar el único gran delito de mi vida. Ocurrió hace mucho tiempo; pero no es infrecuente que un ataque de remordimiento tardío revele negros episodios de esa índole mucho después de que hayan sucedido. Nada que ver con las orgías de la Liga Antipuritana. Esa corporación es de tal modo ofensivamente respetable, que un periódico al describirla el otro día se refirió a mi amigo Mr. Edgar Jepson bajo la denominación de «Canónigo Edgar Jepson», y parece ser que a cada uno de nosotros se nos aplican títulos similares. No, no es por la conducta del arzobispo Crane, o del deán Chesterton, o del reverendo James Douglas, o de monseñor Bland, ni aun de ese exquisito y viril viejo eclesiástico: el cardenal Nesbit; no es por eso por lo que deseo (o más bien me siento impulsado por la conciencia) hacer esta declaración. El crimen fue cometido a solas, sin cómplices. Fue cosa exclusivamente mía. Permítaseme que, obedeciendo a esa ansia característica de los penitentes de comenzar su confesión por su lado más negro, la reproduzca en su forma más espantosa e inexplicable. Existe en una ciudad de Alemania (a menos que haya muerto de rabia al descubrir su equivocación) un dueño de restaurante al que debo aún dos peniques. Salí definitivamente de su restaurante al aire libre con perfecta conciencia de que le debía dos peniques. Me marché delante de sus narices decididamente hebreas. No le pagué y es sumamente improbable que nunca le pague. ¿Cómo pudo ocurrir esta villanía en una vida que, en términos generales, casi ha carecido de la destreza necesaria para el fraude? La cosa fue como voy a decir, y la historia tiene moraleja, aunque puede no haber lugar a ello.

Los que viajan por el continente pueden adoptar como regla general aceptable que el modo más facil de hablar un idioma extranjero es hablar de filosofía. Lo más difícil de hablar es hablar acerca de necesidades corrientes. La razón es obvia. El nombre de las necesidades corrientes varía completamente de una nación a otra, y en general son nombres un tanto raros y rebuscados. ¿Cómo podría un francés, por ejemplo, suponer que una carbonera puede llamarse scuttle? ¿Qué inglés, hallándose en Alemania, se sentiría suficientemente poeta para adivinar que los alemanes llaman al guante «zapato de las manos»? Las naciones llaman, por decirlo así, a sus necesidades con apodos. Llaman a sus tinas y a sus taburetes con nombres afectivos y sorprendentes, como si se tratase de sus propios hijos. Pero si se trata de cosas abstractas, cualquiera puede hablar de ellas en un idioma extranjero por poco aprovechado que haya sido en sus estudios. Porque apenas llega a lograr construir una frase, halla que las palabras que se usan en una discusión abstracta y filosófica son en todos los países casi las mismas. Y lo son por la razón sencilla de que todas ellas proceden de las cosas que han sido raíces de nuestra común civilización. Del Cristianismo, del Imperio romano, de la Iglesia medieval o de la Revolución francesa. «Nación», «ciudadano», «religión», «filosofía», «autoridad», «República», palabras de este tipo son casi iguales en todos los países en que viajamos. Contenga, por consiguiente, el lector su admiración exuberante por el joven que puede discutir con seis ateos franceses apenas desembarca en Dieppe. Eso hasta yo mismo puedo hacerlo. Pero es sumamente probable que el mismo joven no sepa cómo se dice en francés «calzador para los zapatos». Pero esta generalización tiene tres grandes excepciones. Primera: El caso de los países que no son europeos en absoluto y que nunca han tenido nuestros mismos conceptos cívicos o que carecen de conocimientos del viejo latín. No pretendo que salte al punto de la imaginación la frase que utilizan los patagones para designar la «ciudadanía» ni que haya sido familiar para mí desde la cuna la palabra que se emplea en determinada isla del archipiélago malayo para el concepto «República». Segunda: El caso de Alemania, donde, aunque el principio es aplicable a muchas palabras, tales como «nación» y «filosofía», no se aplica de modo tan general, porque Alemania ha mantenido una especial y deliberada política de estimular la parte puramente germánica de su lengua. Tercera: El caso en que uno no sabe ni una palabra acerca del lenguaje, como en términos generales me ocurre a mí.

Por lo menos tal era mi situación en aquel tenebroso día en que cometí mi delito. Combinábanse dos de las circunstancias excepcionales que acabo de mencionar. Estaba paseándome en una ciudad alemana y yo no sé nada de alemán. Sabía, sin embargo, dos o tres de esas grandes y solemnes palabras, vínculo que mantiene unida nuestra civilización europea, y una de las cuales es «cigarro». Como era un día caluroso y soñoliento, me senté ante una mesa en una especie de cervecería-jardín y pedí un cigarro y cerveza. Me bebí la cerveza y la pagué. Me fumé el cigarro, se me olvidó pagarlo y volví a mi paseo, durante el que contemplé en éxtasis la majestuosa silueta de las montañas del Taunus. Cosa de diez minutos después recordé, de pronto, que no había pagado el cigarro. Volví al lugar en cuestión y sacando el dinero lo puse sobre el mostrador. Pero el propietario se había olvidado también del cigarro y se limitó a pronunciar unos sonidos guturales con tono interrogante, supongo que preguntándome lo que deseaba. Dije «cigarro», y él me dio un cigarro. Me esforcé señalando el dinero y descartando el cigarro con ademanes de rehusarlo. Él pensó que estos ademanes representaban una condenación de aquel concreto cigarro y me trajo otro. Yo agité los brazos como un molino de viento, tratando de abarcar con la amplitud de mi gesto que mi repulsa era una repulsa de los cigarros en general y no de aquel cigarro aislado. Él interpretó erróneamente mis aspavientos como representativos de la impaciencia corriente de los hombres vulgares y se precipitó hacia mí con las manos llenas de multitud de cigarros diversos que me ofrecía con insistencia. A la desesperada ensayé otras clases de pantomima; pero mientras más cigarros rehusaba yo, más y más cigarros me sacaba, más raros y preciosos los extraía de las profundidades y recovecos de su establecimiento. Traté en vano de hallar un medio de inculcar a aquel hombre el hecho de que yo había ya recibido el cigarro. Imité el acto de un ciudadano fumando, dejando de hacerlo y tirando el cigarro. El propietario me observaba con cien ojos, pero se limitó a suponer que yo estaba ensayando (como un éxtasis de anticipación) las delicias del cigarro que él iba a darme. Por último, me marché convencido y contrariado de la inutilidad de mis esfuerzos: era inútil intentar que cogiese el dinero y que dejase a los cigarros en paz. Y así, aquel dueño de restaurante (en cuya faz relumbraba el amor del dinero como brilla el sol a mediodía) rotunda y firmemente rehusó recibir dos peniques que yo le debía sin duda alguna; y yo tomé aquellos dos peniques, que eran suyos, y los dediqué durante meses a la francachela. Espero que en el día final los ángeles aportarán suavemente la verdad a aquel hombre desventurado.

Ésta es la verdadera y exacta narración del gran fraude del cigarro; y la moraleja es...

Chesterton halló lugar para dar su moraleja, pero nosotros la omitimos, en atención al principio de que si una enseñanza no está contenida en el apólogo de nada sirve andar explicitándola después.